Apocalipsis
Esta serie, que rinde homenaje a la iconografía de lo demoníaco, se inspira en la célebre sentencia de Shakespeare: «El infierno está vacío y todos los demonios están aquí». Ninguna frase, desde los albores del Renacimiento, captura con tanta precisión lacerante el espíritu de nuestra era. La palabra griega apokalyptein —que significa «descubrir, revelar, desvelar», tanto en sentido literal como metafórico— adquiere aquí un papel fundamental. Esta revelación sobre el fin del mundo se manifiesta mediante sueños o éxtasis, y aunque los seres celestiales mantienen contacto con la tierra, habitan una dimensión aparte. No obstante, aquí los hallaréis tocando conciertos de violín en callejones, esperando el autobús con mirada ausente o bailando bajo la luz del mediodía.
La esencia del mal no solo yace en simas infernales, sino en la costra de lo ordinario. Los demonios se presentan como alegorías del mundo, la carne y las tinieblas. Los escritos paulinos los describen como «elementos del mundo» y «perversión del mundo», y aclaran que estas criaturas diabólicas no pueden dañar irreparablemente al ser humano, pues este es una «creación nueva».
Si el infierno acaso existe, quizás sea un teatro vacío. Los verdaderos demonios no necesitan morar en él: pululan en nuestras pantallas, se agazapan en los rincones del metro, se multiplican en el sudor de las multitudes. Esta serie entrelaza lo demoníaco y lo cotidiano, sugiriendo que el fin no es un evento por venir, sino una revelación que se desgarra cada día: el desnudamiento constante de nuestra naturaleza y de estos tiempos en que los demonios visten corbatas y caminan entre nosotros. No habitan bajo nuestros pies, sino en nuestros propios cuerpos.